Trabajo elaborado por Encarni Navas. Noviembre de 2022
En la historia de todos los pueblos hay figuras
inolvidables, personas cuyas características, hechos o estilos de vida las
hacen singulares, ejemplares y dignas de admiración, mereciendo que su memoria
perdure a lo largo del tiempo.
Es el caso de Emilio Jiménez, conocido como “el retratista
de Cajiz”.
Emilio nació en Iznate en 1899. Desde niño destacó por su
inteligencia hasta tal punto que el pedagogo Francisco Giner de los Ríos se
interesó por él con el fin de proporcionarle estudios superiores. Sin embargo
sus padres, temiendo perderlo de su lado, no aceptaron la propuesta y se
trasladaron a otro municipio.
A los 15 años falleció su padre y ya, a pesar de haber ido
poco al colegio, “no pudo leer más”, tuvo que ponerse a trabajar. De él
aprendió el oficio de sillero, profesión por la cual también fue conocido, pero
no todo el mundo sabe que más que sillero fue carpintero-ebanista. De sus manos
surgieron todo tipo de muebles: mesas, camas, roperos, marcos de fotografías,
urnas…con bellísimos torneados y calados.
Aún se conservan las sillas que fabricó para su casa cuando contrajo
matrimonio con Filomena Sánchez y las camas para su hijo y sus dos hijas.
Su versatilidad y talento artístico no solo se reflejan en
este hecho sino en su faceta como dibujante y en sus inquietudes literarias. A
lo largo de su vida compuso una enorme cantidad de poemas dedicados
especialmente a miembros de su familia, así como letras para pastorales, murgas
y comparsas de Carnaval, para los que tuvo el gusto de disfrazarse en múltiples
ocasiones. En la iglesia de Cajiz se encuentran unas estrofas dedicadas al
Cristo, firmadas por Emilio.
También y dado que no todo el mundo en esa época sabía leer
y escribir, redactó postales dedicadas a las novias de los jóvenes que se lo
pedían, añadiendo un verso personalizado a cada una.
A los 17 años, a escondidas, se compró un violín que
aprendió a tocar solo y que en sus propias palabras “se sentía en la playa”.
Con él animó muchas fiestas de verdiales a las que era aficionado y a sus
familiares a los que le encantaba oírlo tocar y que consideraban que, en manos
de Emilio, el violín “hablaba”.
Como buen cajiceño participó en las representaciones de su
tradicional “PASO”, pero su colaboración fue más allá. En un momento (años 40)
en el que las actuaciones de Jesús y María eran mudas (carecían de diálogo), él
se encargó de crearlos para esta última y Antonio Gámez (director) lo hizo para
el papel de Jesús. Estos son los que se han mantenido y de los que disfrutamos
desde entonces.
Emilio podría haber sido conocido por cualquiera de estas
actividades, pero lo que le valió su sobrenombre y el mayor cariño de los
vecinos fue la de “retratista”.
Enormemente popular en décadas pasadas, se convirtió en el
fotógrafo de las gentes sencillas de las localidades de los alrededores, para
los que su llegada constituía un motivo de fiesta, de alegría, un “alto” en sus
rutinas para darse el regalo de tener un recuerdo para siempre de un ser
querido, una boda, un bautizo, una fiesta…. o simplemente resolver el problema
que planteaba una foto para carnet. Miles de ellas pasaron por su objetivo. Hay
que recordar que la fotografía en el pasado no era tan accesible como
actualmente, en nuestra zona era algo incipiente lo que unido a los enormes
desplazamientos que suponía ir a la capital y unas duras condiciones de vida,
hacía que, en muchos casos, conseguir un retrato fuera casi un lujo.
Por su primera cámara, una Agfa, pagó nueve duros y con ella
le entregaron parte del material necesario, tenía entonces 20 años y era un
recién llegado a Cajiz. La segunda se la pasó un fotógrafo veleño llamado
Lucinio. También el aprendizaje de este arte le costó lo suyo porque, a pesar
de haber pedido que le instruyeran, comprobó que nada era como le habían
explicado. Supuso entonces, muy sagazmente, que quizá temieran su competencia.
Experimentando por sí mismo, encontró la forma y desde este momento la
fotografía se convirtió en su pasión y en su forma de vida, “echándose” a los
caminos con la cámara al cuello y su bolsa con el almuerzo.
Pero lo que otorga a Emilio su especial singularidad no es
sólo su carácter de pionero sino el hecho de haber realizado todos sus
trayectos a pie. Nunca utilizó otro medio de transporte que sus propias
piernas, recorriendo casi veinte kilómetros diarios. Tomaba la foto, obtenía
las copias en su casa-laboratorio y al día siguiente volvía para entregar a las
personas que las habían encargado.
Cita en un artículo del diario EL COMARCAL (1987) que
conoció a Juan Breva y a Salvador Rueda, una excelente persona y el rey de los
poetas, le fotografió en su casa de Benaque, pero la hermana de Salvador le
impidió realizar reproducciones del retrato.
Fiel a sus convicciones hasta el final de su vida, en 1982,
con ocasión de la representación de “EL PASO” de ese año, realizó algunas de
sus últimas fotos y dado que no disponía de los elementos para el revelado en
color, marchó a pie a Torre del Mar, con casi 83 años, para solicitar este
trabajo.
Emilio falleció en 1991, fue siempre un hombre cordial, atento, pendiente de su familia y particularmente de sus nietos que hablan con cariño y orgullo de su figura. Recuerdan que los días de Reyes iban a su casa y este los fotografiaba con los juguetes que habían recibido. También el “cuarto oscuro” donde todos jugaron a “ser fotógrafos” y los trajes de gitana (para ellas) y de torero (para ellos) que el abuelo utilizaba para inmortalizar a niñas y niños. De igual modo los paseos que solían dar con él por los pueblos, comprobando como todo el mundo los saludaba con afecto y como a su lado les parecía ir al fin del mundo. Sus hijas y nietos fueron la luz que le faltó a sus ojos al final de su vida.
Sirvan estas palabras como pequeño homenaje, como “mi retrato” de Emilio, que pasó muchos años de su vida haciendo los de los demás, dando testimonio con su cámara de una época de nuestra historia, de paisajes, acontecimientos y personas que cruzaron por esta nuestra comarca de la Axarquía, desde Benajarafe hasta Zafarraya, desde el rio de la Miel a Santo Pitar.
“Algunos listillos -decía- trataron de calcularme los kilómetros que me hice en los cincuenta y ocho años que ejercí de fotógrafo, pues siempre fui a patita y los listillos se olvidaron de los años bisiestos”
*Con mi agradecimiento a Silvia González Jiménez por su
amabilidad y generosidad.
*Algunos datos extraídos de: Luiso Torres.- El Comarcal (1987).
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